miércoles, 16 de febrero de 2011

De la piel y otros demonios


Del barro seco a las diversas recetas antiguas para lucir un rostro blanco, pasando por las nuevas afroditas y monstruos, desde Madonna a Kiss, la piel ha sido el escenario de una guerra contra el paso del tiempo. Te contamos una historia de estrellas del pop, geishas, reinas, sexo, baños y perfumes.


Cuando Marilyn Manson se mira en el espejo no piensa en la ardua tarea de las prostitutas griegas para blanquear su piel. Tener una tez blanca parece haber sido desde siempre en muchas culturas el mandato más importante en materia de belleza.

Hoy las estrellas del pop y del rock, las nuevas afroditas, ménades y monstruos, desde Madonna a Kylie Minogue, pasando por Evanescence, Kiss y Tokio Hotel perpetúan el rito de construir una apariencia de blancura sobre sus rostros.

En estos tiempos de rayos UV asesinos no hay protector solar que alcance para cuidar el color que la genética dio a la piel, porque cuando el barro se secó, aclarándose, en el rostro del primer hombre o de la primera mujer, nacieron las máscaras blancas remitiendo a la magia, la pureza y la muerte.

Pero mientras Lady Gaga se empolva hasta los huesos, Cristina Aguilera es adicta a las pantallas faciales y Michael Jackson hacía lo que podía con una batería de productos químicos más cercanos a la lavandina que a la cosmética, las hetairas griegas la tenían clara, literalmente hablando


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¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?


"El amor es un no se qué, que empieza no sé cómo y termina no sé cuándo", decían las damas galantes. Cuando el amor llega al alma y al cuerpo de una persona sucede algo extraordinario: se sufre, se desea, se teme. El enamorado se rinde ante el misterio del otro. Sin embargo, aunque es universal hay tantos tipos de amor como amantes.


“¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida / o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué / es eso: ¿amor? ¿Quién es?”, pregunta con dolor en el poema Gonzalo Rojas.


“Pero, ¿qué es el amor? / El amor es un puente verde sobre un precipicio azul”, contesta Witold Gombrowicz.


“Vos no sabés qué es el amor. / Si la vieras comprenderías / todo lo que te quiero explicar”, sentencia Raymond Carver.


¿El amor es una violencia que alimenta, un equilibrio inestable, una cárcel que libera? ¿El amor es un juego donde perder o ganar no es importante, un viaje hacia nosotros mismos a través del otro, una fiesta peligrosa en el centro exacto del alma?


¿Es el amor un sentimiento ético por excelencia, una reinvención de la vida o un riesgo inútil? ¿Quizás es cuerpo y deseo? ¿O acaso se trata, como decía el gran poeta portugués Fernando Pessoa, de un pensamiento?


Y es que nadie desde el principio del mundo ha podido escapar a la temeraria pregunta que no tiene respuesta cierta. Escritores, filósofos, psicólogos han asediado con palabras al amor y sólo han conseguido asomarse a sus bordes.


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"Amada mía": cartas de amor de grandes personajes de la historia


Hombres y mujeres célebres abrieron su corazón en cartas confesando amores a primera vista, pasiones no correspondidas, ansias secretas y deseos imposibles. Muchas fueron contestadas pero otras no siempre llegaron al amado. Leé un puñado de esos ardientes textos privados.


Sólo el amor puede despertar emociones tan extremas como la pasión y el odio. Enrique VIII enloqueció por Ana Bolena antes de ordenar su muerte, Napoleón sufrió por el desdén de Josefina, Perón tuvo en Evita su “tesoro adorado”.


Simón Bolívar le escribía a su amante Manuela Sáez entre batalla y batalla, Sigmund Freud le envió más de 900 cartas a Martha Bernays, Gabriela Mistral puso por escrito su pasión por el poeta Manuel Magallanes Moure en sus misivas, Pablo Neruda le envió centenares de arrebatadas epístolas a Matilde mezclando besos con encargos de comida y tabaco.


"Más que los besos, son las cartas las que unen las almas", escribió John Donne en el siglo XVI. En diferentes épocas y escenarios, los protagonistas de la historia han volcado por igual sus sentimientos, no siempre correspondidos, a través de cartas que demuestran que sólo el amor es capaz de desnudar el alma de hombres y mujeres, cualquiera sea su origen, edad o condición social.


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Adictos al espejo


Nadie sale de su casa sin haberse mirado, comprobado y afirmado en su pulida superficie. Todos dependemos de él para verificar nuestro aspecto y algo de lo que dejan salir los ojos entre los horarios de trabajo, las múltiples tareas de cada día y lo que realmente somos, o creemos que somos.


Cuando la malvada bruja, enemiga número uno de Blancanieves, se miraba en el espejo mágico y le preguntaba: “Espejo, espejito, ¿quién es la más bella del reino?”, y el astuto espejo le contestaba: “Eres tú, mi reina”, no hacía otra cosa que repetir uno de los gestos rituales más antiguos del mundo.


Desde que las aguas un estanque le devolvieron a Narciso su hermosa imagen atrapándolo para siempre en la contemplación de sí mismo, hombres y mujeres han tenido un espejo en la mano, ya sea para regodearse y alimentar las pequeñas vanidades que le devuelve la imagen como para controlar los avances del arenoso tiempo sobre el cuerpo.


No es suficiente la imagen que los otros nos proporcionan de nosotros mismos, de ahí que desde antiguo la gente se haya mirado en superficies pulidas de metal, latón, de azogue, de vidrio.L


os retratos y los autorretratos que signan la historia de la pintura no son otra cosa que una indagación acerca del otro o de uno mismo. Son un espejo quieto.


No es casual que fueran los venecianos, maestros en el arte del ocultamiento y del disfraz, quienes perfeccionaran los espejos en el siglo XVI y lo exportaran al resto del mundo con su correspondiente valor agregado de narcisismo y sensualidad. Como su costo era muy elevado, durante siglos sólo hubo un espejo en cada casa y estaba ubicado en el lugar más privado de la misma, en el baño, donde el rostro y el cuerpo, liberados de los artificios del maquillaje, la peluca, las fajas, los corsets, podían abandonar la apariencia social, la máscara pública para contemplarse desnudos en su plenitud o decrepitud.


Sólo a comienzos del siglo XX los espejos se abaratan, se multiplican y su uso se generaliza en todas las clases sociales, no ya como un artículo suntuario sino como una necesidad básica.Su diseño y localización en los hogares cambia, sale del ámbito del baño o del vestidor y pasa al dormitorio y al salón. Con ello comienza a determinar conductas que tienen que ver con una nueva actitud ante al cuerpo: el gozo del aseo, los placeres del baño, la apariencia de salud, los secretos compartidos del sexo.


Las mujeres pasamos, como mínimo, alrededor de dos horas diarias frente al espejo, pintándonos, controlando la piel o el cabello o decidiendo qué nos vamos a poner para salir a la calle, decidiendo qué atuendo nos queda mejor de acuerdo a la tarea que tenemos que desarrollar. Obviamente, cuando vamos a comprar ropa o cuando nos resignamos a pasar horas en la peluquería el tiempo ante esa superficie fría, honesta y brutal se extiende más.


Los hombres, cada vez más coquetos, pasan alrededor de una hora por día en los mismos menesteres. En la era de la cirugía estética, de las mujeres adictas a la silicona, a los quirófanos donde se estira, se rellena y se corrige la piel, donde un bisturí administra huesos, grasa y pelos, el momento del espejo es el de una confrontación deseada y temida al mismo tiempo. Ante la imagen que devuelva los ojos sonreirán, inseguros, o buscarán, velados, el indicio de lo que falló.


La personalidad termina de construirse en tanto conocemos nuestro cuerpo y los detalles de nuestro cuerpo. Aunque siempre dependemos de la aprobación de los demás, antes de exponernos hacemos lo posible para que la opinión del otro nos favorezca. Aunque con dispares resultados, trabajamos para embellecemos.


Aliado o enemigo, espía o cómplice, socio o traidor, el espejo se convierte todos los días en el escenario de nuestra íntima batalla con nosotros mismos. Pero, curiosamente, el único lugar donde nadie llora es ante un espejo.

viernes, 4 de febrero de 2011

Ellos también son humanos: delirios y cábalas presidenciales


Clinton extravió los códigos del arsenal atómico de Estados Unidos, Rodríguez Zapatero es adicto al celular, Sebastián Piñera considera que su reloj es un amuleto de la suerte y para Alfonsín la siesta era una cita sagrada. Enterate de los secretos y manías de los poderosos.

George W. Bush lleva un pañuelo blanco en el bolsillo, un reloj Timex de 50 dólares en su muñeca, el mismo que usaba Bill Clinton cuando era presidente y el mismo que dejó ver Osama Bin Laden en el video en que se adjudica los atentados a las Torres Gemelas; Sebastián Piñera, presidente de Chile, considera que su reloj es un amuleto de la suerte mientras que Silvio Berlusconi ostenta impúdicamente el suyo de 540.000 dólares mientras persigue a dolces ragazzas; Alvaro Uribe, ex presidente de Colombia, no tolera los anillos ni los relojes de pulsera y en sus bolsillos lleva un peine, una navaja, un pañuelo y tres bolígrafos de plástico.
“El bolsillo es la puerta de entrada a la intimidad de personas no corrientes”, escribe el periodista Jorge Elías en su libro El poder en el bolsillo. Intimidades y manías de los que gobiernan, publicado por Editorial Norma. En él va armando una dinámica historia llena de curiosidades y locuras tomadas de su propia experiencia personal, de su contacto directo con los principales líderes de todo el mundo a partir de sus entrevistas como periodista de política internacional del diario La Nación.
Aquellos secretos fueron sutilmente arrancados a sus entrevistados en cientos de episodios que comenzaron hace más de veinte años cuando en su primer diálogo con Mijail Gorbachov le preguntó qué llevaba en los bolsillos y el líder de la perestroika le contestó escuetamente: “Lo imprescindible”.
Así, entre preguntas y respuestas y un admirable poder de observación Elías traza retratos privados de políticos de todo el mundo.

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