miércoles, 16 de febrero de 2011

De la piel y otros demonios


Del barro seco a las diversas recetas antiguas para lucir un rostro blanco, pasando por las nuevas afroditas y monstruos, desde Madonna a Kiss, la piel ha sido el escenario de una guerra contra el paso del tiempo. Te contamos una historia de estrellas del pop, geishas, reinas, sexo, baños y perfumes.


Cuando Marilyn Manson se mira en el espejo no piensa en la ardua tarea de las prostitutas griegas para blanquear su piel. Tener una tez blanca parece haber sido desde siempre en muchas culturas el mandato más importante en materia de belleza.

Hoy las estrellas del pop y del rock, las nuevas afroditas, ménades y monstruos, desde Madonna a Kylie Minogue, pasando por Evanescence, Kiss y Tokio Hotel perpetúan el rito de construir una apariencia de blancura sobre sus rostros.

En estos tiempos de rayos UV asesinos no hay protector solar que alcance para cuidar el color que la genética dio a la piel, porque cuando el barro se secó, aclarándose, en el rostro del primer hombre o de la primera mujer, nacieron las máscaras blancas remitiendo a la magia, la pureza y la muerte.

Pero mientras Lady Gaga se empolva hasta los huesos, Cristina Aguilera es adicta a las pantallas faciales y Michael Jackson hacía lo que podía con una batería de productos químicos más cercanos a la lavandina que a la cosmética, las hetairas griegas la tenían clara, literalmente hablando


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¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?


"El amor es un no se qué, que empieza no sé cómo y termina no sé cuándo", decían las damas galantes. Cuando el amor llega al alma y al cuerpo de una persona sucede algo extraordinario: se sufre, se desea, se teme. El enamorado se rinde ante el misterio del otro. Sin embargo, aunque es universal hay tantos tipos de amor como amantes.


“¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida / o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué / es eso: ¿amor? ¿Quién es?”, pregunta con dolor en el poema Gonzalo Rojas.


“Pero, ¿qué es el amor? / El amor es un puente verde sobre un precipicio azul”, contesta Witold Gombrowicz.


“Vos no sabés qué es el amor. / Si la vieras comprenderías / todo lo que te quiero explicar”, sentencia Raymond Carver.


¿El amor es una violencia que alimenta, un equilibrio inestable, una cárcel que libera? ¿El amor es un juego donde perder o ganar no es importante, un viaje hacia nosotros mismos a través del otro, una fiesta peligrosa en el centro exacto del alma?


¿Es el amor un sentimiento ético por excelencia, una reinvención de la vida o un riesgo inútil? ¿Quizás es cuerpo y deseo? ¿O acaso se trata, como decía el gran poeta portugués Fernando Pessoa, de un pensamiento?


Y es que nadie desde el principio del mundo ha podido escapar a la temeraria pregunta que no tiene respuesta cierta. Escritores, filósofos, psicólogos han asediado con palabras al amor y sólo han conseguido asomarse a sus bordes.


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"Amada mía": cartas de amor de grandes personajes de la historia


Hombres y mujeres célebres abrieron su corazón en cartas confesando amores a primera vista, pasiones no correspondidas, ansias secretas y deseos imposibles. Muchas fueron contestadas pero otras no siempre llegaron al amado. Leé un puñado de esos ardientes textos privados.


Sólo el amor puede despertar emociones tan extremas como la pasión y el odio. Enrique VIII enloqueció por Ana Bolena antes de ordenar su muerte, Napoleón sufrió por el desdén de Josefina, Perón tuvo en Evita su “tesoro adorado”.


Simón Bolívar le escribía a su amante Manuela Sáez entre batalla y batalla, Sigmund Freud le envió más de 900 cartas a Martha Bernays, Gabriela Mistral puso por escrito su pasión por el poeta Manuel Magallanes Moure en sus misivas, Pablo Neruda le envió centenares de arrebatadas epístolas a Matilde mezclando besos con encargos de comida y tabaco.


"Más que los besos, son las cartas las que unen las almas", escribió John Donne en el siglo XVI. En diferentes épocas y escenarios, los protagonistas de la historia han volcado por igual sus sentimientos, no siempre correspondidos, a través de cartas que demuestran que sólo el amor es capaz de desnudar el alma de hombres y mujeres, cualquiera sea su origen, edad o condición social.


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Adictos al espejo


Nadie sale de su casa sin haberse mirado, comprobado y afirmado en su pulida superficie. Todos dependemos de él para verificar nuestro aspecto y algo de lo que dejan salir los ojos entre los horarios de trabajo, las múltiples tareas de cada día y lo que realmente somos, o creemos que somos.


Cuando la malvada bruja, enemiga número uno de Blancanieves, se miraba en el espejo mágico y le preguntaba: “Espejo, espejito, ¿quién es la más bella del reino?”, y el astuto espejo le contestaba: “Eres tú, mi reina”, no hacía otra cosa que repetir uno de los gestos rituales más antiguos del mundo.


Desde que las aguas un estanque le devolvieron a Narciso su hermosa imagen atrapándolo para siempre en la contemplación de sí mismo, hombres y mujeres han tenido un espejo en la mano, ya sea para regodearse y alimentar las pequeñas vanidades que le devuelve la imagen como para controlar los avances del arenoso tiempo sobre el cuerpo.


No es suficiente la imagen que los otros nos proporcionan de nosotros mismos, de ahí que desde antiguo la gente se haya mirado en superficies pulidas de metal, latón, de azogue, de vidrio.L


os retratos y los autorretratos que signan la historia de la pintura no son otra cosa que una indagación acerca del otro o de uno mismo. Son un espejo quieto.


No es casual que fueran los venecianos, maestros en el arte del ocultamiento y del disfraz, quienes perfeccionaran los espejos en el siglo XVI y lo exportaran al resto del mundo con su correspondiente valor agregado de narcisismo y sensualidad. Como su costo era muy elevado, durante siglos sólo hubo un espejo en cada casa y estaba ubicado en el lugar más privado de la misma, en el baño, donde el rostro y el cuerpo, liberados de los artificios del maquillaje, la peluca, las fajas, los corsets, podían abandonar la apariencia social, la máscara pública para contemplarse desnudos en su plenitud o decrepitud.


Sólo a comienzos del siglo XX los espejos se abaratan, se multiplican y su uso se generaliza en todas las clases sociales, no ya como un artículo suntuario sino como una necesidad básica.Su diseño y localización en los hogares cambia, sale del ámbito del baño o del vestidor y pasa al dormitorio y al salón. Con ello comienza a determinar conductas que tienen que ver con una nueva actitud ante al cuerpo: el gozo del aseo, los placeres del baño, la apariencia de salud, los secretos compartidos del sexo.


Las mujeres pasamos, como mínimo, alrededor de dos horas diarias frente al espejo, pintándonos, controlando la piel o el cabello o decidiendo qué nos vamos a poner para salir a la calle, decidiendo qué atuendo nos queda mejor de acuerdo a la tarea que tenemos que desarrollar. Obviamente, cuando vamos a comprar ropa o cuando nos resignamos a pasar horas en la peluquería el tiempo ante esa superficie fría, honesta y brutal se extiende más.


Los hombres, cada vez más coquetos, pasan alrededor de una hora por día en los mismos menesteres. En la era de la cirugía estética, de las mujeres adictas a la silicona, a los quirófanos donde se estira, se rellena y se corrige la piel, donde un bisturí administra huesos, grasa y pelos, el momento del espejo es el de una confrontación deseada y temida al mismo tiempo. Ante la imagen que devuelva los ojos sonreirán, inseguros, o buscarán, velados, el indicio de lo que falló.


La personalidad termina de construirse en tanto conocemos nuestro cuerpo y los detalles de nuestro cuerpo. Aunque siempre dependemos de la aprobación de los demás, antes de exponernos hacemos lo posible para que la opinión del otro nos favorezca. Aunque con dispares resultados, trabajamos para embellecemos.


Aliado o enemigo, espía o cómplice, socio o traidor, el espejo se convierte todos los días en el escenario de nuestra íntima batalla con nosotros mismos. Pero, curiosamente, el único lugar donde nadie llora es ante un espejo.

viernes, 4 de febrero de 2011

Ellos también son humanos: delirios y cábalas presidenciales


Clinton extravió los códigos del arsenal atómico de Estados Unidos, Rodríguez Zapatero es adicto al celular, Sebastián Piñera considera que su reloj es un amuleto de la suerte y para Alfonsín la siesta era una cita sagrada. Enterate de los secretos y manías de los poderosos.

George W. Bush lleva un pañuelo blanco en el bolsillo, un reloj Timex de 50 dólares en su muñeca, el mismo que usaba Bill Clinton cuando era presidente y el mismo que dejó ver Osama Bin Laden en el video en que se adjudica los atentados a las Torres Gemelas; Sebastián Piñera, presidente de Chile, considera que su reloj es un amuleto de la suerte mientras que Silvio Berlusconi ostenta impúdicamente el suyo de 540.000 dólares mientras persigue a dolces ragazzas; Alvaro Uribe, ex presidente de Colombia, no tolera los anillos ni los relojes de pulsera y en sus bolsillos lleva un peine, una navaja, un pañuelo y tres bolígrafos de plástico.
“El bolsillo es la puerta de entrada a la intimidad de personas no corrientes”, escribe el periodista Jorge Elías en su libro El poder en el bolsillo. Intimidades y manías de los que gobiernan, publicado por Editorial Norma. En él va armando una dinámica historia llena de curiosidades y locuras tomadas de su propia experiencia personal, de su contacto directo con los principales líderes de todo el mundo a partir de sus entrevistas como periodista de política internacional del diario La Nación.
Aquellos secretos fueron sutilmente arrancados a sus entrevistados en cientos de episodios que comenzaron hace más de veinte años cuando en su primer diálogo con Mijail Gorbachov le preguntó qué llevaba en los bolsillos y el líder de la perestroika le contestó escuetamente: “Lo imprescindible”.
Así, entre preguntas y respuestas y un admirable poder de observación Elías traza retratos privados de políticos de todo el mundo.

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martes, 19 de enero de 2010

Las fotos más antiguas de Mendoza



El fotógrafo mendocino Coco Yáñez explica cómo llegó la fotografía a Argentina y a Mendoza, quiénes fueron sus protagonistas, cuáles eran las claves de su técnica y cómo era la relación entre el retratado y la cámara.

La fotografía es un documento social. A través de su maravilloso poder de registro visual podemos abordar momentos de nuestra historia desde distintos puntos de vista y leer cada fotografía como si fuera un libro.

La historia de la Mendoza antigua fue registrada por la cámara de tres grandes fotógrafos: Adolfo Alexander, Christiano Junior y Juan Pi. Las tomas de Alexander, las únicas que mostraban a nuestra ciudad antes del terremoto de 1861 se han perdido. Pero las de Junior y Pi, posteriores a la catástrofe, han llegado hasta nosotros no sólo como inapreciables documentos históricos sino como creaciones de gran belleza estética y perfección técnica.

El respetado fotógrafo mendocino Coco Yáñez, reportero gráfico desde 1970 y durante 37 años corresponsal del diario Clarín en nuestra provincia, explica cómo llegó la fotografía a Argentina y a Mendoza, quiénes fueron sus protagonistas, cuáles eran las claves de su técnica y cómo era la relación entre el retratado y la cámara.

Nitrato de plata

“La fotografía se crea en 1839 y en 1843 sólo cuatro años después llega el primer fotógrafo a Buenos Aires, John Elliot y abre el primer estudio fotográfico de daguerrotipos. Diez años después había cantidad de estudios en todo el país. La fotografía se difundió por el mundo muy rápidamente. En los primeros diez años había estudios en todas las grandes ciudades”, relata Yánez.

El daguerrotipo es una plancha de cobre pulida con una capa de nitrato de plata. La exposición se realizaba plasmando la imagen en mercurio y la imagen se fijaba al sumergir la placa en una solución de cloruro sódico.

El fotógrafo explica que “se colocaba en una cajita para protegerlo y se veía moviéndolo. Había una posición en que la luz incidía y uno podía ver el retrato. Los primeros fotógrafos eran alquimistas. Tenían grandes conocimientos de química y ostentaban una especie de aura de misterio, de magia. Para mí la fotografía sigue siendo mágica”.

“En esa época el proceso era muy caro, por lo tanto, la fotografía se consumía en las primeras épocas por las clases muy acomodadas, que eran quienes podían pagarlo”, señala el reportero gráfico.

Los primeros daguerrotipos se entregaban enmarcados y con estuche porque eran muy delicados y se oxidaban en contacto con el aire. Su valor oscilaba entre 100 y 200 pesos, en tanto que el salario de un dependiente era de 20 pesos mensuales. “Luego, gracias a diferentes avances, como la incorporación de colodión húmedo, lo que sería el principio de la película, las placas de cristal, se democratiza, se populariza la fotografía porque el proceso se abarata”, dice Yánez.

Un pase a la eternidad

El primer daguerrotipo conocido en Argentina fue de un gobernador salteño y después el preciado daguerrotipo de San Martín. “Se lo tomaron en Francia. Parece que Merceditas pudo convencerlo y lo llevó a un estudio. Le hicieron dos daguerrotipos, uno se perdió y el otro es el que conocemos, de San Martín viejito, ya que tenía 70 años. Se sabe que pasó unos 40 segundos”, detalla el fotógrafo y agrega que “hay numerosos daguerrotipos de figuras de la historia argentina. Urquiza se hizo muchos retratos, pero el más fotografiado de todos fue Sarmiento. Rosas nunca quiso posar”.

Además de ellos, fueron fotografiados Juan Gregorio de las Heras, el almirante Guillermo Brown; Mariquita Sánchez de Thompson, Doña Paula Albarracín de Sarmiento, Juan Bautista Aberdi, Carlos E. Pellegrini -padre del ex Presidente y uno de los primeros daguerrotipistas-, Manuelita Rosas, Eduardo Belgrano, el general. Prudencio Rosas, Vicente López y Planes, José María Roxas y Patrón, Esteban Adrogué, Bartolomé Mitre y entre muchos otros.

Cultura de la imagen

“Afirmo que se democratiza la fotografía en tanto que su uso comienza a hacerse más sencillo, más accesible. Aparecen los rollos, algunas cámaras empiezan a disminuir el tamaño, los objetivos se hacen de mejor calidad. Por ello, los costos del producto final bajan sensiblemente. Al bajar los costos hay grandes capas de la sociedad que acceden a un retrato. Y comienza a desarrollarse una cultura de la imagen destinada al recuerdo. Antes se hacían retratos, pinturas; pero la fotografía fue desplazándolos. Comenzaron a fotografiarse bodas, familias, entierros, fiestas y todos los momentos considerados socialmente importantes”, explica Coco Yánez.

El fotógrafo manifiesta que a principios de siglo comienzan a aparecer distintas tendencias dentro de la fotografía. “Estaban los pictorialistas, los documentalistas, los que hacían fotografía artística y el negocio, claro, con la famosa carte du visite, las actuales postales, que se enviaban a los conocidos. Esto es lo que llamo democratización de la fotografía”, dice.

“Los pictorialistas intentaban imitar a los pintores y los más ambiciosos, reemplazarlos. Esta tendencia aún tiene muchos seguidores y ya no hay tantas diferencias. Ya no existe esa guerra que hubo al principio entre pintores y fotógrafos. El más conocido entre éstos fue Jean Atget, que fotografió el París del finales del siglo XIX y principios del XX Su nombre es clave en la historia de la fotografía mundial”, subraya el reportero gráfico.

Yánez opina que “entre quienes hacían fotografía artística, lo que hoy se llama fotografía de autor, para mí el más brillante fue Edward Weston, porque su obra tiene una calidad fotográfica excepcional. Entre los documentalistas destacan los que cubrieron la guerra de Crimen y la Guerra de Secesión de Estados Unidos. Ellos son los antecesores de los fotoperiodistas. Iban contratados para cubrir un momento terrible”.

Fotografía, retoque y arte

“Al democratizarse la fotografía aparecen muchísimos estudios. Hay una etapa en la que se retocan los negativos, una especie de photoshop del pasado. El retoque era para hacer parecer al cliente más joven, más lindo o más lozano. Eso no sucedía al principio. Ponían al retratado frente a la cámara, con luz natural y con un apoya cabeza que era un hierro largo con una base que remataba en una especie de u que sujetaba la cabeza. Servía para el cliente se quedara quietito”, relata Yáñez.

Y agrega que si se observa bien, “todas las personas fotografíadas en el siglo XIX tienen casi la misma pose recta, dura, mirando al futuro. Tienen esa cualidad que menciona Susan Sontag, que el tiempo eleva a toda fotografía, a aún a las más banales, a la categoría de arte. Cuando uno mira una foto de 1890 no puede dejar de apreciar ese aura especial”.

Las fotos más antiguas de Mendoza

“El trabajo de Christiano Junior es de una calidad tremenda. Fue un gran retratista y un gran técnico. De hecho es uno de los grandes fotógrafos del siglo XIX, junto con Adolfo Alexander”, opina el mendocino.

Alexander fue el primer fotógrafo que se radicó en Mendoza y el único que tomo imágenes de la ciudad antes de que fuera asolada por el terremoto de 1861. De origen alemán, vivió en la ciudad entre 1855 y 1860, de la que se marchó junto a su familia alertado por un amigo geólogo que le había anticipado que en Mendoza iba a ocurrir una catástrofe. Todas las fotos que Alexander tomó de Mendoza se han perdido.

Junior, portugués nacido en las Islas Azores, abrió su estudio de fotografía en Buenos Aires en 1867. Retrató a importantes personajes de la vida política y cultural del momento, entre ellos a Domingo Faustino Sarmiento y Lucio V. Mansilla. Fue el fotógrafo oficial de la Sociedad Rural Argentina. En 1879 vendió su estudio y comenzó su “gira artística” por todo el país. En 1880 abrió un estudio en Mendoza.

Juan Pi, excepcional

“En Argentina hay como una especie de caída a comienzos del XX. Retrataban al estilo del siglo anterior. No hay grandes fotógrafos, salvo el santafesino Fernando Paillet, o que no fueron muy conocidos hasta muy tarde como fue el caso del suizo Juan Pi, que se radicó en San Rafael cautivado por la luz de Mendoza”, relata Yáñez.

“La fotografía de Juan Pi es sumamente cuidada. Su técnica es perfecta y en eso tiene que ver la cantidad de plata que contenían las emulsiones, que es la base de la fotografía analógica. La cantidad de plata que tenían las emulsiones era muchísimo mayor en las primeras décadas del siglo XX que después, cuando encontraron la manera de disminuir los costos poniendo menos plata. Eso hizo que en algunos casos mejorara la calidad, pero en otros no. Hay fotografías de principios de siglo de una calidad excepcional, como las de Pi”, subraya.

El especialista explica que “cuando ves retratos ambientados de principios del XX o grupos de personas como los que tomó Juan Pi, que fotografió gente en su lugar de trabajo, ves una actitud absolutamente diferente. En estos observás cierta nota de orgullo, el respeto que había entre el fotógrafo y el sujeto fotografiado. Se detecta una especie de temor reverencial al hecho que quedar fotografiado. Destaca la postura de las personas porque había que demostrar que uno era grande, importante, que merecía pasar a la historia”.

“Además es rarísimo encontrar gente sonriendo ante la cámara. Esto se ve en la fotografía de esa época en todo el mundo. Luego se observa que progresivamente la gente empieza a estar más suelta ante la cámara; más tarde aparecen las primeras sonrisas. Hoy, en que todos son fotógrafos y sujetos fotografiados, la estimación general es que cuando se posa se debe sonreír ante la cámara. La gente quiere salir favorecida y esto implica sonreír. La gente no quiere salir seria, evita el drama. Ha cambiado el concepto de mostrar la idea que se tiene de sí mismo”, reflexiona el fotógrafo.

domingo, 17 de enero de 2010

Avatar o la posibilidad de ser otro



El concepto tiene múltiples significados que provienen de la religiosidad hindú y de la nueva ciencia ficción. Impregna la informática a través de las imágenes con que nos presentamos en internet y son proyecciones mejoradas de nuestro yo.

No basta con ser siempre nosotros mismos. Una vida no alcanza para explorar nuestras emociones, nuestro intelecto ni nuestros sueños.

De ahí que el concepto de avatar tenga un abanico de significados que llegan desde lo profundo de la religiosidad hindú para atravesar la psicología y la tecnología contemporáneas.

Decimos “los avatares de la vida” para expresar las vicisitudes, los cambios que nos acontecen sin preverlos. Pero pocos saben que en el hiduismo un avatar es la encarnación terrestre de una deidad, que de acuerdo a sus textos sagrados hay más de una decena de tipos de avatar y que también se aplica al concepto de transformación en tanto que reencarnación del alma.

Así, hay quienes sostienen que Zoroastro, Buda, Quetzalcóalt y Cristo fueron avatares de un dios o ser superior.

Para las nuevas tecnologías de la comunicación un avatar es un asistente virtual informático, es decir una herramienta gráfica semejante a personajes virtuales con capacidad de atender a los visitantes de una página web. La imagen que los representa se conoce como avatar.

A 27 años de la creación del primer protocolo de Internet, esta representación de nosotros mismos en la red combina el nick name, los emoticones, los buddy icon del Messenger y del correo electrónico con los avatares de los videojuegos. En todas estas proyecciones del yo, nos presentamos en el mundo virtual no sólo distintos de lo que somos, sino como querríamos ser. Lanzamos al ciberespacio una suerte de fotografía de nuestro super yo. “Reencarnamos” en otro, casi siempre, mejor.

Del papel a las pantallas

La narrativa del ciberpunk, la nueva ciencia ficción, es la gran proveedora de ideas y términos para las nuevas tecnologías. Desde el término realidad virtual, creado por William Gibson en Neuromante hasta metaverso introducido por Bruce Sterling en su novela Snow Crash.

Los ejemplos pueden citarse por decenas, pero destacamos esta última obra de Sterling de 1992 porque allí el término avatar adquiere un nuevo sentido en el que se amplifican todos los significados anteriores.

La televisión y el cine también han sido permeables a los aportes de la nueva ciencia ficción. Basta evocar sumariamente el Holodeck de Star Trek, los dobles de Philip K. Dick en El vengador del futuro (basado en el cuento Podemos recordarlo todo por usted); el avatar Einstein creado por Brian Aldiss y que fuera llevado al cine en Inteligencia artificial, basada en su relato Los superguetes duran todo el verano o el avatar de Neo en Matrix, otro préstamo del genial Philip K. Dick.

James Cameron en su película Avatar reúne todos estos elementos para componer una opípara historia de ciencia ficción, en la que no faltan los villanos y paladines, las loas a la ecología ni los reclamos al respeto por las culturas autóctonas en un deslumbrante derroche de efectos especiales.

Niks, emoticones y buddies

“El hecho de estar conectado a una red desde una terminal implica la presencia de un usuario. Esa presencia implícita se da por la existencia, la producción o el consumo de contenidos, creados por los usuarios que están dentro de esa misma red”, explica el mendocino Alejandro Prieto, desarrollador de sitios web.

El diseñador gráfico señala que en los primeros experimentos con redes con los protocolos TCP/IP, los pioneros de Internet y del hipertexto, surgió la noción de que además de haber un servicio y un contenido que se consume, hay una persona conectada que puede aportar a esa red. Por ello se desarrollaron programas, aplicaciones y servicios que permitieron que esas personas se conectaran y produjeran contenidos en grupo y tener una interacción entre sí, pasando de ser una acción pasiva a una interactiva.

“Aparecieron los primeros chats, los primeros protocolos irc, del cual derivó, años más tarde y entre otros, el Messenger, en los que presencia del usuario y la forma de interacción se verifica a través del hipertexto, que es la forma más básica de la web. En los chats, para agregarle algo de sentimiento, de expresividad a los mensajes, se empezaron a desarrollar los emoticones y buddies”, historiza el desarrollador de videojuegos.

La gente empezó a aportar nuevos símbolos que expresan estados de ánimo y que enriquecen la comunicación para hacerla más humana. Los emoticones sirvieron para adjetivar y ampliar el sentido de la palabra escrita en los chats.

Ser para ser otro

La necesidad de usuario de personalizar ese tipo de entorno es constante. “Cuando se ampliaron los protocolos y el ancho de banda aumentó, comenzó a enriquecerse la comunicación con imágenes, sonido, videos y ahí es donde al nick se le suma el avatar, la imagen de 96 x 96 píxeles. Este avatar es la imagen personalizada del usuario o de lo que al usuario le gustaría ser”, apunta Prieto.

Para el experto, “la apariencia de una persona en la vida real y en un metaverso nunca coinciden. Es una suerte de ficción de uno mismo. La gente empezó a customizarse. El tatuaje analógico y el avatar digital son como la misma cosa, es modificarse. La elección de un personaje en un metaverso tiene que ver las proyecciones, generalmente, el ser más de lo que se es”.

En la década del ´80 empezaron a difundirse los usos de la realidad virtual: una persona conectada a una máquina por un sistema lógico, dispositivos de hardware vinculados a un software que permiten interactuar en un entorno virtual que replica leyes del mundo físico.

“En esa interacción la presencia de la persona no estaba disociada de ella. Se mantenía la primera persona, el yo, y no veía ni interactuaba con otros. La realidad virtual sitúa a la persona en una realidad diferente y le permite realizar otro tipo de acciones. Esa tecnología se creó primero para el entretenimiento y después tuvo aplicaciones en la medicina y en la aeronáutica con los simuladores de vuelo, por ejemplo”, distingue Prieto.


Vivir en un metaverso

En los primeros juegos en red se incluyeron leyes de la física terrestre, la velocidad del viento y la gravedad. “Esto fue la base de los metaversos, donde tienen cabida los avatares más complejos, ya que operan con engines 3D y permiten al usuario moverse en cualquier dirección y realizar cualquier acción”, explica el diseñador.

Y cita como ejemplo a los juegos de estrategia como World or Warcraft o más orientados aspectos sociales como Second Life. “Estos son juegos MMORPG (Massively Multiplayer Online Role-playing Game), son juegos multijugador masivos. Es decir, que hay cientos de miles de jugadores conectados interactuando con vos, es decir, con tu avatar”, subraya el especialista.

Lo que define a un avatar es la interacción, la tarea a realizar y el objeto con el que se realiza la tarea. La relación de estas tres categorías junto a la relación entre el entorno, la máquina y el yo de acuerdo a la definición de interfaz perfilan a un avatar.

“Un avatar es un agente virtual lógico que es parte de un software que te representa dentro de un metaverso. Esa representación se da por la presencia online y la apariencia visual. Es parte del software del mismo metaverso, no hay una individualidad en el avatar sino la que uno le da cuando lo usa. Es la última interfaz que tenemos con un metaverso”, sintetiza el desarrollador.

Prieto señala que “un avatar indica que estás conectado ya que es un indicador de presencia, es un nick name visual, es una proyección del yo. Indica tu presencia, sos vos dentro del metaverso pero también es el metaverso”.

Los otros mundos

Un metaverso es una metáfora del mundo real y ofrece gran complejidad. Tiene ciertas reglas físicas del mundo real. La corporeidad, la interactividad y la persistencia son las condiciones estrictas para que crear un metaverso.

“Uno se conecta al metaverso a través de una interfaz. En ellos vos elegís a tu avatar, es decir al personaje que te va a representar. Le ponés un nombre, cualidades, aptitudes y apariencia. Y en esos metaversos, donde el avatar tiene un grado de iconicidad más alta con respecto al hombre, esa realidad tiene otro sentido. La lógica de esos mundos se hace más compleja, empezás a tener distintas formas de interacción con los otros avatares, desde el intercambio monetario hasta un romance o sexo”, expone Prieto.

Y cuenta que un grupo de Estados Unidos puso una bodega tal cual iba a ser en el mundo real en Second Life, los avatares que compraran un vino en la bodega virtual habían comprado un vino por anticipado a esta bodega. Y luego se la mandaban a la casa del usuario. Empresas, museos y hasta universidades tienen una versión en Second Life; donde los avatares de los alumnos pueden tomar clases o hacer una consulta al avatar de un profesor.

¿Quién soy yo?

“Si podés relacionarte con una persona vía texto, hacerte amigo o enamorarte vía chat o foro, cuando además del texto hay un avatar tuyo, el metaverso se hace más complejo. E implica la posibilidad de que las personas lo expandan. Ese es el triunfo de los metaversos actuales. Al principio fueron las relaciones sociales, luego se sumó el componente económico y más tarde el profesional. Tu avatar puede relacionarse de mil maneras en el juego o en esa comunidad virtual”, argumenta Prieto.

La reflexión obligada es la pregunta por el yo, qué es la presencia de otro. Gran lector, Prieto manifiesta: “Una carta indica la presencia de una persona remota, pero si esa presencia remota es en tiempo real, la distancia que representa la presencia física empieza a cambiar de sentido”.

“Creo que esto es la causa de que en la era de la información, la interacción que tenemos con otras personas es mucho mayor que antes. Con o sin avatar, estamos conectados a Twitter, Facebook, Skype, Gtalk, el e-mail y tenemos un rango de interacción con otras personas muy intenso a pesar de estar detrás de una computadora”, opina el experto.